Estos factores contribuyeron a que Carlos II desarrollara una personalidad frágil y cándida marcada por una profunda obsesión por cuidar su maltrecha salud con todos los medios existentes en la época. Tal fue así que hubo quien se aprovechó muy lucrativamente de la ingenuidad del Rey. En la botica de palacio no faltaban nunca astas de unicornio (cuernos de cualquier animal que le vendían como si fueran las del animal legendario) o las pezuñas de la Gran bestia, que eran las uñas de las patas traseras de los alces, a las que se atribuían propiedades curativas si se frotaban en la espalda del paciente.
Ante el potencial del monarca para ser estafado acudieron timadores de todo rango y condicón, de modo que incluso la Iglesia intentó sacar tajada. Fray Froilán Díaz, confesor real, y fray Tomás de Rocabertí, inquisidor general, convencieron a Carlos II en 1698 de que estaba poseído por el maligno, quien había provocado en su cuerpo todos losmales de su vida. El rey se dejó engatusar y lo pusieron en manos de un exorcista asturiano, quien determinó que lo habían hechizado cuando tenía 14 años, pues alguien había disuelto en un vaso de chocolate que se tomó sesos y riñones de un hombre muerto, con el objetivo de que el rey se quedara esteril y enfermara con facilidad. Carlos II tomó el diagnóstico como válido y se sometió a numerosas sesiones de exorcismo bastante costosas para ver si expulsaban al maligno de su cuerpo. Sólo se dio cuenta del timo tras gastarse una buena suma y cuando ya no tenía remedio, pues se encontraba postrado y gravemente efermo en su lecho de muerte sin que las prácticas de los exorcistas hubiesen valido para nada.
Fuente: Muy Historia
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