Sócrates, el padre de la filosofía, se granjeó la admiración de muchos y la enemistad de otros por la inteligente aplicación de la ironía que hacía en sus discursos y su terquedad en el sometimiento absoluto a las leyes de Atenas. Tras ser condenado a muerte (tuvo la posibilidad de exiliarse pero la rechazó por su convicción de acatar las normas) no perdió su mordaz ironía. En el momento de la ejecución, en la que tenía que suicidarse ingiriendo un veneno con cianuro, hizo prometer a los presentes que sacrificarían un gallo a Esculapio, deidad de la medicina, como ofrenda por haber posibilitado el método de su muerte.
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