El 28 de mayo de 1987 un joven alemán dejó anonadado al planeta entero al colarse sin más en la que durante la Guerra Fría fue la ciudad más hermética del mundo. Mathias Rust, de 19 años, se fue hasta Helsinki, desde donde, con su avioneta Cessna 172, voló más de 800 kilómetros hasta aterrizar en el puente Moskovoretski, junto a la iglesia de San Basilio, en la Plaza Roja de Moscú, el protegidísimo corazón de la Unión Soviética. Según unas declaraciones del propio Rust en 2007 al diario ruso Moskovski Komsomolets la clave de su alocada hazaña estuvo en el vuelo bajo. ""Decidí volar a 600 metros de altura para que pudieran detectarme claramente los radares", aseguró, "pensé que un avión visible despertaría menos sospechas, pensarían que el aparato perdió el rumbo". Y la CIA llevaba décadas sin saber cómo traspasar las barreras defensivas del Kremlin.
Una vez que tomó tierra en la Plaza Roja se sirvió de un joven ruso que hablaba inglés para decir a los sorprendidos testigos del aterrizaje que había llegado para entregar a Gorbachov un mensaje pidiéndole que retomara las conversaciones de desarme con Estados Unidos.
Tan impensable era que pudiera pasar algo así que en un principio los servicios de seguridad moscovitas creían que se trataba del rodeje de una película. Sin embargo, al poco rato Mathias Rust fue arrestado por agentes del KGB quienes le ingresaron en la prisión de Lefortovo, en la que pasó 432 días como pago a su intrépida ocurrencia.
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