Durante la Edad Media proliferaron ciertos usos y abusos por parte de los Papas que hoy en día al menos harían llevarse las manos a la cabeza a buena parte de los eclesiásticos, pero en aquel entonces suponían poca cosa para la imagen del Santo Padre. El Papa Benedicto IX, que fue Sumo Pontífice de manera intermitente entre 1032 y 1044, accedió al cargo con sólo 14 años y en su mandato tuvieron más peso las hormonas de la pubertad que los dogmas católicos. Así, se entregó a todo tipo de placeres carnales con individuos de ambos sexos, celebrando fiestas y orgías en las que premiaba a los más guapos (en ocasiones hasta con títulos eclesiásticos, como ya hiciera cien años antes Juan XII, quien nombraba obispos a jóvenes guapos y musculosos
"que se portaban bien" con él). Tanto se dejó llevar por sus hormonas que en una ocasión renunció al Papado (aunque se aseguró el cobro del diezmo de toda Inglaterra) por irse con uno de sus amantes, pero después éste le convenció para que aspirara a recuperar el cargo, lo que se convirtió en el objetivo del resto de su vida. No obstante, cuando tuvo la oportunidad de volver a ser Papa, decidió rechazarlo y retirarse en un convento, probablemente cansado de sus excesos anteriores.
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